Un Iceberg Doliente

Por Horacio Artieda
Iceberg Doliente

Un iceberg doliente

Hay conceptos que definen atributos, otros en cambio, carencias. Entre estos últimos los de víctima
y vulnerable, que además se retroalimentan. Con frecuencia cuesta reconocerlas y abordarlas
porque ambas se asocian con temores, vergüenza e ignorancia en diversas proporciones. La trama
que los cubre es tan opaca y resulta tan hiriente mirarlas de frente, que quienes las padecen se
encuentran -como titula UNICEF- «Ocultos a plena luz». Aún sin saber que lo son, las victimas
vulnerables se sienten invisibles, y la ceguera de la comunidad de la que ¿forman parte? no hace
otra cosa más que confirmárselos.

Existe un recorrido individual que no comienza hasta que la víctima se percibe como tal, y otro
colectivo que tampoco comienza mientras la conciencia social se mantiene insensible a ellas. Y es
sabido que -para quien puede elegir- es siempre más confortable ser conservador, posición que suele
aliarse y alinearse con tradiciones, factores culturales, de poder, sectores privilegiados, y hasta
religiones.

Afortunadamente la historia proporciona ejemplos de evolución, como en relación a la esclavitud,
sistemas de castas, segregaciones raciales, por orientación sexual, y tantas otras, que habilitan sentir
que concebir utopías no es sinónimo de insania. Esto no conduce a ignorar que los mecanismos que
refuerzan muchas desigualdades son cada vez más sofisticados y potentes, pero podemos reconocer
que también evolucionaron los instrumentos de cambio. Éste es uno de ellos.

Con pocas excepciones, la agenda pública se orienta hacia los intereses de quienes ya están
incluidos dentro del proceso económico que financia, directa o indirectamente, los costos de
instalarla y divulgarla. Y algunos actores cuentan -por sí solos-, con poder suficiente para
imponerla. Los excluidos solo son visibles si forman parte de un hecho tan conmovedor (o
aberrante), que pueda transformarse en una noticia capaz de atraer una audiencia tal, que permita
retribuir el espacio que se le concede.

Cuando nos aproximamos a estas realidades con una mirada humanista, la agudeza que
proporcionan los FFHH opera como un microscopio formidable, y allí donde solo se tenía una
impresión general comienzan a revelarse intersticios, tabiques, quistes, microbios, membranas,
malformaciones y hasta neoplasias. Resultan obvias las analogías respecto a las estructuras y
procesos que son objeto de análisis de los FFHH, el ojo entrenado en ella podrá identificarlas e
interpretar cómo operan, sus causas y sus efectos, cualquiera sea la escala (supranacional,
jurisdiccional, organizacional, grupal, tribal, familiar).

Quiero proponerles enfocar esa lente en el derrotero que atraviesan las victimas cuya edad y/o
género son determinantes centrales de su vulnerabilidad, aún sabiendo que ésta con frecuencia se
acompaña de condicionantes y carencias adicionales que la potencian. Aunque en gran parte del
mundo las ofensas a estas víctimas están reconocidas, e incluso legisladas como agravantes de
delitos tipificados (entre ellos nuestro país afortunadamente), las desigualdades de hecho -como las
define la Convención de Pará- registran pobrísimos avances, cuando los hay.

En noviembre 2019 se publicó el 2o Estudio de Necesidades Jurídicas Insatisfechas, como parte del
Proyecto PNUD ARG/16/022 “Promoviendo los Objetivos de Desarrollo Sostenible a través del
Acceso a la Justicia de Personas en Situación de Vulnerabilidad”, con un diseño descriptivo
observacional que apenas atraviesa la superficie del problema objeto de análisis, pese a que
participaron de él la Facultad de Derecho de la UBA y una Subsecretaria de Acceso a la Justicia
nacional.

En el fondo, gran parte del abismo entre las previsiones legales y la realidad encuentra explicación
en «inhabilidades» no técnicas de nuestras instituciones. Públicas o no, sanitarias, judiciales, de
seguridad, educativas, culturales, organismos de protección, e instancias creadas para la promoción
de derechos. A poco de comenzar a investigar con algo mas de profundidad en todos los ámbitos,
sorprende un factor común: sin importar su profesión y/o nivel de formación, los «operadores» no se
sienten instrumentados y reconocen desconocimiento. Cuando existen protocolos, están concebidos
como deslinde de responsabilidades, y son muy extendidos los temores respecto a las

responsabilidades inherentes a intervenir entre quienes se esperaría algún rol en la detección o
acompañamiento de las víctimas. Por último debe reconocerse que, por su naturaleza, muchos de
éstos injustos están impregnados de clandestinidad, secreto y silencio, lo que explica y coopera con
la carencia de estadísticas confiables y la dificultad para profundizar el conocimiento sobre ellas.
En cualquier ranking bienestar, el lugar de nuestro país no es digno de orgullo. Aún cuando la
confección de éstos índices suelen adolecer de reduccionismos econométricos que los relativizan, y
son pasibles de muchas objeciones que exceden mi capacidad de análisis, lo cierto es que reflejan
aspectos que son motivo de genuina vergüenza, inobjetablemente. Por caso, salvo puntuales y muy
honrosas excepciones, históricamente la inversión per cápita de nuestro país en concepto de salud
ha sido escandalosamente desproporcionada con los resultados sanitarios. Dicho de otra manera,
muchas de nuestras falencias en la materia responden a causas que tienen más que ver con la
manera en que se gestionan los recursos asignados, que con la cuantía de ellos.

La experiencia de las víctimas vulnerables puede llegar a ser tan abrumadora, y resulta tan claro que
solo vemos la ínfima porción emergida de ese enorme iceberg, que sólo parece ganar espacio en la
agenda porque su magnitud es sobrecogedora. Y los ejemplos de la ineficacia de los procesos que
rigen la respuesta a ellas se reiteran tanto, que parecen comenzar a despertar una demanda social
cada vez más intensa, un llamado potente y una gran oportunidad para comenzar a recuperar el
orgullo por la comunidad a la que pertenecemos.

En agosto de 1963 Martin Luther King Jr. lideraba un movimiento cuyas reivindicaciones provenían
de una realidad cínicamente injusta, que además estaba atravesada por un odio profundo. Quizá
esta cruel combinación contribuyó a incrementar la visibilidad de la lucha y de quienes la
representaban, pero sus palabras a la multitud sobrevivirán generaciones porque ofreció una mirada
esperanzadora: tengo un sueño. Mientras lo describía, su discurso iba volcando contenido
reparador a la grieta interracial, en lugar de ceder a la tentación de ensancharla arengando su
facción. Sin la pretensión apropiarme de ellas, las palabras de Martin Luther King resultan
inspiradoras al considerar el desafío de investigar los procesos que recorren las victimas vulnerables
por su edad y/o género, acompañar su develamiento, diseñar y proponer soluciones, cooperar a su
implementación y concebir cómo evaluarlas.

La esperanza es creadora. Mas de medio siglo después sabemos que el sueño de aquel discurso no
se materializó por completo. Pero las utopías no se persiguen con la expectativa de alcanzarlas,
sino para que la realidad que nos tocó mejore con nuestro transcurso por ella. Trascendemos en
idéntica medida y sentido que transformamos nuestra vida, la de aquellos con quienes nos tocó
compartirla, y la de aquellos que están a nuestro alcance. Sabemos que nuestra vida transcurre en
un pequeño fragmento entre 2 eternidades, hubo un infinito antes de nacer y habrá otro después de
morir, pero resulta fascinante el desafío de ser agentes de cambio de ese fragmento.
Lo que nos define es lo que intentamos, no lo que logramos.

Hoy, que ser exitosos es casi un mandato de época, esta perspectiva muy probablemente resulte
contracultural. Significa contradecir esa norma no escrita del formato hollywoodense: en el
desenlace todo debe quedar resuelto, y el espectador debe llevarse la sensación la historia terminó
allí, y permanecerá inmutable. Significa optar por el formato de la búsqueda permanente, aún
sabiendo que jamás terminará.

Un destino reservado «para quien no deja atrás lo que soñaba» como recita el bellísimo tema Luz, de
Ciro y los persas.